14 de octubre de 2009

EN MEMORIA AL MAESTRO DE LAS LIBERTADES

Hace unos días ha muerto a los 96 años Don Joaquín Ruiz-Giménez Cortés, quien en su larga vida fuera Concejal, Diputado, Ministro de Educación, Embajador, primer Defensor del Pueblo de España y, en el ocaso de su vida, Presidente de UNICEF. Sin embargo, más allá de todas esas importantes funciones públicas que desempeñó con total honradez, Don Joaquín quizá haya sido por sobre todo el académico de la filosofía del derecho más importante de España. En efecto, desde su cátedra principal de Filosofía del Derecho en las universidades de Sevilla, Salamanca y Madrid formó a lo más graneado e influyente de los actuales filósofos del derecho de España.

Ha fallecido sin aviso previo, sin ceremonias de antelada pena y ansiedad, de un infarto cerebral, quien probablemente haya sido una de las personalidades que de manera más relevante contribuyeron al proceso de formación de la democracia española y a la implementación y realidad de los derechos humanos en Europa.

Hombre de talante concertador, cuando recibió el doctorado honoris causa por la Universidad Carlos III de España, en septiembre de 1997, aseguró que su más grande alegría fue el haber contribuido con energía y voluntad a la .creación del Tribunal Internacional para el juzgamiento de los delitos de lesa humanidad. Efectivamente, en su condición de Presidente de la Comisión Internacional de Juristas en Ginebra, presentó formalmente la propuesta a la Organización de Naciones Unidas, un año más tarde comenzaba el gran sueño de la justicia internacional.

Tuve el privilegio en los años ochenta de ser más que su alumno, un discípulo irreverente y, en esa condición, conseguí lo que en aquel entonces ya Don Joaquín no le aceptaba a nadie, esto es, que dirija una tesis doctoral. Cabe reconocer, en honor a la verdad que él no lo hacía por soberbia o mezquindad intelectual sino por el tiempo tirano de sus múltiples obligaciones, era en aquel entonces defensor del pueblo de España. Sin embargo, allí estuvo conmigo atendiéndome, preocupándose, interesándose en mis investigaciones a lo largo de 3 años.

Recuerdo vívidamente, ya van a ser 20 años, el día de la sustentación de mi tesis doctoral, estaba ya todo dispuesto, todos estaban en sus lugares: el jurado, el doctorando, el público y Don Joaquín que no llegaba. Hubo un momento de incertidumbre, el jurado examinador no sabía qué hacer, si comenzar o esperar al ilustre tutor y director de la tesis. El auditorio estaba bastante nutrido y todos se preguntaban qué se esperaba, el Presidente del jurado, asumiendo que Don Joaquín era un hombre tan ocupado y que no vendría decidió comenzar la ceremonia y así fue. Iniciado el acto y luego de leídas las resoluciones respectivas que se prolongaron más de lo debido en la esperanza que apareciera el esperado se invitó al doctorando a hacer uso de la palabra, en aquel instante, desde lo alto del podium distinguí en las últimas filas bien sentado y tratando por todos los medios de pasar inadvertido a Don Joaquín, al instante hice notar su presencia ¡pero para qué hice eso! el Presidente suspendió de inmediato la ceremonia y dispuso un lugar especial para él y que se comenzara todo desde el principio. Ese era el respeto que inspiraba Don Joaquín. Al culminar la sustentación y llegado el momento que todos abandonen la sala para que el jurado discuta y tome la decisión correspondiente, en un acto totalmente inusual pidió a Don Joaquín que se quedara en la sala para deliberar con ellos, a lo que el maestro se negó de plano, no quería, como me confió en el pasillo, que existiera siquiera el asomo de duda de que él hubiera influenciado en la toma de decisión. Así era Don Joaquín, honesto hasta más no poder. Con su muerte no sólo desaparece nuestro maestro de la filosofía del derecho, sino, uno de los grandes luchadores por la libertad y los derechos humanos.

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